Tal día como hoy, 30 de marzo, pero del año 1853, nacía en los Países Bajos Vincent Willem van Gogh. No necesita mucha presentación, se dice que tan solo vendió un cuadro en su vida y todos lo conocemos porque se cortó una oreja, por su extraña muerte, y, sobre todo, por ser un genio incomprendido que usaba mucha pintura en sus cuadros.
Lo cierto es que fue un hombre que, 165 años después de su nacimiento, todavía sigue siendo una fuente de inspiración para artistas, cineastas o gente corriente que sin mucho esfuerzo reconoce y se emociona ante Los Girasoles, la Noche Estrellada o la Terraza del café de Arlés. Y aunque Van Gogh malamente pudo vivir de su arte, hoy en día sus obras están entre las más caras jamás vendidas junto con Picassos y Modiglianis. ¿Quién le iba a decir que se convertiría en una de las principales figuras del postimpresionismo? ¿O que fácilmente todos nos lo podemos imaginar con su sombrero y su pelo rojo pintando frenéticamente en medio de un campo?
El mundo del cine ha ayudado mucho a esta idea que tenemos de Vincent van Gogh, que, de vez en cuando, hace una revisión sobre su vida. La más famosa es El loco del pelo rojo (1956, Vincente Minnelli), pero se han hecho algunas más, unas más centradas en su vida, en su arte o en la relación con su hermano Theo.
La última y más sorprendente es Loving Vincent (2017, Dorota Kobiela, Hugh Welchman), llamada la primera película realizada al óleo. Y el making of es tan interesante como la película en sí. Para ello pintaron más de 65000 fotogramas al óleo y al final del rodaje alcanzaron 853 pinturas al óleo sobre lienzo que son el final de cada toma. Algunos de esos cuadros están a la venta, aunque no sabemos si os los podréis permitir... Si queréis saber más de esta película podéis visitar su web, en ella explican cómo se realizó todo el proceso y se pueden ver todas las obras, así como el tráiler de la película.
Pero bueno, si nos os podéis permitir un Van Gogh, ni original ni uno de los de la película, siempre nos quedaran las visitas a los museos o la edición especial “Amsterdam Originals”de Heineken en homenaje al Rijksmuseum, que tampoco está mal.