Bienvenidos al Aeropuerto Internacional Hermanos Lumière. Les agradecemos que hayan pensado en nosotros para viajar a sus destinos turísticos. Todos nuestros viajeros pueden consultar en las pantallas informativas los destinos a los que operan algunas de nuestras aerolíneas. Elijan su terminal y diríjanse a las puertas de embarque para poner rumbo a sus lugares de descanso. Esperamos que tengan un viaje agradable y disfruten de sus vacaciones.
Terminal playas
Si quieren pasar unos días en Italia, visitando la costa de Amalfi en compañía de Jude Law, Matt Damon y Gwyneth Paltrow viviendo como la jet set de finales de los años cincuenta no duden en tomar el vuelo con destino El talento de Mr. Ripley. Si prefieren vivir un romance prohibido en las aguas de Hawai, elijan la puerta De aquí a la eternidad. En cambio, si prefieren la soledad de una isla perdida en el Pacífico, la puerta Naufrago les llevará a Monuriki de donde resultará complicado regresar.
Terminal montaña
El Camino de Santiago es una experiencia que muchos eligen como destino vacacional. Si están interesados en él, diríjanse a la puerta El Camino de la mano de Martin Sheen. Otra opción para disfrutar de la montaña es viajar hasta los Alpes suizos acompañando a Sean Connery en Cinco días, un verano. Y nada como perderse en la naturaleza más salvaje para encontrarse a sí mismo. Si es eso último lo que buscan, les recomendamos que viajen tomen la puerta Hacia rutas salvajes para visitar Alaska o el cañón del Colorado.
Terminal ciudades
Para los más urbanitas tenemos preparados destinos selectos y apasionantes. Para visitar la hermosa Paris y conocer a personajes como Scott y Zelda Fitzgerald, Hemingway, Picasso o Joséphine Baker no duden en cruzar la puerta Midnight in Paris. Pueden conocer la ciudad eterna junto con Audrey Hepburn y Gregory Peck en Vacaciones en Roma o, si se sienten un tanto perdidos, perderse aún más con Scarlett Johansson y Bill Murray en Tokio gracias a la puerta de embarque Lost in Translation.
Terminal aventuras
Para los más osados tenemos varios destinos en los que vivir todo tipo de aventuras. Gracias a nuestro arqueólogo favorito pueden conocer todo tipo de misterios en la saga de Indiana Jones y, si nos permiten en consejo, no creemos que haya mejor compañero de viaje que Harrison Ford. Si son ustedes un tanto tímidos y les cuesta lanzarse a la aventura, les recomendamos que se dejen llevar por La vida secreta de Walter Mitty y dejen de imaginar sus viajes para vivirlos por fin. Nuestra última opción es visitar una espectacular cascada en Suramérica aunque el viaje hasta llegar a ella no sea todo lo común que uno podría pensar. No duden en dirigirse a la puerta Up si se atreven con ello.
Terminal Road Movies
Si les gusta conducir les recomendamos varios viajes sobre ruedas. Pueden recorrer Argentina, Chile y Perú de la mano de un joven Ernesto Guevara en Diarios de motocicleta. Si tienen una familia un tanto peculiar y quieren ir con ella hasta California en una furgoneta Volkswagen Combi, embarquen en Pequeña Miss Sunshine. En cambio, si quieren escapar de su rutina e un viaje con una amiga íntima como Susan Sarandon o Geena Davis, escojan la opción Thelma y Louise, pueden acabar ligando con Brad Pitt.
Terminal gastronomía
Para los más hambrientos tenemos reservada una terminal para los viajes gastronómicos. Si les gustan los retos y la cocina francesa, Amy Adams y Meryl Streep les esperan con 524 recetas en la puerta Julie y Julia. Si después de comerse la vida en un plato de espaguetis en Roma o una pizza en Nápoles con Julia Roberts quieren seguir con la India y Tailandia, diríjanse a Come, reza, ama. Si les gusta la comida india o la alta cocina de los restaurantes con Estrella Michelín, tienen que viajar a través de Un viaje de diez metros en donde les espera Helen Mirren y puede que se sorprendan del recorrido.
Estos son algunos de los destinos que les sugerimos para escaparse este incierto verano. El Aeropuerto Internacional Hermanos Lumière les ofrece los rumbos más singulares e imaginativos, no duden en consultar más opciones de viaje en este aeropuerto. Les deseamos felices vacaciones y que disfruten de su estancia.
Repasando el libro de Historia
Hace ya 100 años, el 11 de noviembre de 1918, se firmó el Armisticio de Compiègne. Para aquellos que tengan las clases de Historia un poco oxidadas decir que este tratado puso fin a las hostilidades en la Primera Guerra Mundial y un año más tarde sus condiciones quedarían ratificadas en el famoso Tratado de Versalles.
No hemos querido esperar al aniversario de la firma del fin de la primera gran guerra para actualizar nuestro repaso particular a los géneros cinematográficos. Os imaginaréis, avezados lectores de Lampyridae, cuál será el tema de hoy.
Correcto. El cine bélico.
Ya hemos hablado muchas veces del cine como arma propagandística. Así que podréis imaginar que el origen del cine de guerra fuera la propaganda. El nacimiento y desarrollo del séptimo arte estuvo muy ligado, durante el pasado siglo XX, a los hechos históricos y el sentir de cada momento, los miedos y alegrías, y las guerras no tuvieron poca influencia en este medio. Así que ya con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el cine se utilizó como arma ideológica, como apoyo a las tropas pero, también, como alegato contra la violencia.
Fue precisamente a raíz de esta contienda que se fundó en Alemania la UFA, la gran productora cinematográfica europea de la que saldrían películas tan importantes como Metropolis de Fritz Lang. Con la posterior llegada de los nazis al poder, el control del contenido se hizo insoportable y muchos grandes profesionales acabaron emigrando a Hollywood y contribuyendo enormemente a su éxito, pero eso, una vez más, es otra historia.
Un ejemplo del cine bélico de la primera mitad de siglo por parte del Reino Unido, por su parte, es Sangre, sudor y lágrimas (In Which We Serve, David Lean, Noel Cowärd 1942) un homenaje a los caídos en batalla.
Hablamos de la propaganda en Europa, pero en EEUU, en Hollywood y también durante la II Guerra Mundial, se utilizó el cine de guerra como vehículo propagandístico, defendiendo el estilo de vida americano. Con la guerra de Corea se llegó a introducir incluso el censor militar.
Y llegamos a los años 70, a la conocida como primera guerra televisada. Fue una época de esplendor para el documental, sobre el tema de la guerra de Vietnam se realizó el documental galardonado con un Oscar Hearts and Minds (Peter Davis, 1974).
Durante los años 80 y 90 se siguieron realizando películas enmarcadas en los grandes conflictos del siglo XX, algunos ejemplos son La delgada línea roja (Terrence Malick ,1998) sobre la batalla de Guadalcanal o Platoon (Oliver Stone, 1986) sobre Vietnam. Pero seguro que sabríais decir muchos más ¿verdad?
Las secuelas de la guerra
Son muchas las películas que no retratan un hecho bélico concreto o no se centran únicamente en la vida castrense, pero que sí tienen como trasfondo la guerra y producen una hibridación del género bélico con otros, como la comedia, el drama o la animación. Así pueden tratar temas como la lucha por la supervivencia o las secuelas de la guerra en los soldados o en las vidas de aquellos que sufrieron el conflicto. De esta manera, cada guerra se convierte casi en un subgénero en sí mismo, ya sean las Guerras Mundiales, Corea o Vietnam, enmarcando historias que pueden ocurrir lejos del campo de batalla:
Ya en Los mejores años de nuestra vida (William Wyler, 1946) se empezó a tratar el problema de los veteranos de guerra y las secuelas físicas y psicológicas en su vuelta a la sociedad. Algo parecido ocurre en Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), aunque en este caso su protagonista decide autoproclamarse justiciero frente a la sordidez del mundo.
La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1988) cuenta en formato de animación la dramática historia de dos niños que luchan por sobrevivir en el Japón de la II Guerra Mundial tras la muerte de sus padres.
No a la guerra
El cine bélico, curiosamente, además de arma ideológica, ha sido también desde sus orígenes uno de los mejores instrumentos para denunciar el sinsentido de la guerra.
Uno de los ejemplos más conocidos es Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957) donde la película se mete en las trincheras de la I Guerra Mundial para contar la dura historia de unos soldados acusados de cobardía y enfrentados a un consejo de guerra.
Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, Lewis Milestone, 1930) es otro de esos ejemplos de cine antibelicista, ganadora de dos Oscar y que habla del despilfarro y la decepción de unos jóvenes soldados norteamericanos.
Y por último, porque no todo tiene por qué contarse en tono dramático, está M.A.S.H (Robert Altman, 1970) que desde un punto de vista cómico cuenta la historia de unos cirujanos durante la guerra de Corea.
Bajo el mar...
Para terminar, queremos mencionar unas cuantas películas que pertenecen a otro subgénero que suele tener una guerra de fondo -aunque no necesariamente- como es el de las películas de submarinos:
La película de Alemania del Oeste, Das Boot (Wolfgang Petersen, 1981) sobre una misión durante la II Guerra Mundial es el clásico por antonomasia de las películas de submarinos al retratar magistralmente la claustrofobia y la tensión en un buque sumergido.
Por su parte, K-19 WidowMaker (Kathryn Bigelow, 2002), enmarcada en los tensos años de la Guerra Fría, ya pertenece al género de drama o thriller pero la ponemos aquí por dos razones: fue realizada por una mujer que ha ganado un Oscar a la Mejor Dirección, y curiosamente, cosas del cine, es la misma mujer que estuvo casada con uno de los hombres que ha realizado una de las inmersiones marinas más profundas, el también director James Cameron.
Otro clásico del cine de submarinos es La caza del Octubre rojo (John McTiernan, 1990) que, aunque no pertenece como tal al género bélico, sí que es verdad que también está ambientada en la Guerra Fría y supone la primera aparición en el cine de Jack Ryan, el personaje de ficción del escritor de novelas de espías Tom Clancy. Y con este soberbio giro de muñeca abrimos la posibilidad de un nuevo capítulo de “Esto es otra historia” dedicado a las adaptaciones cinematográficas. Como siempre agradecemos todo lo aprendido en las clases de Historia y Géneros Cinematográficos de la Universidad Complutense que elevaron nuestro amor por el Séptimo Arte a otro nivel ¡Muy atentos!
El 29 de julio de 1983 moría uno de esos personajes fundamentales en la cultura española, pero a pesar de que se fuera hace sólo 35 años, en realidad, lo percibimos como muy lejano, como de otra época. Nos referimos al director de cine Luis Buñuel. La razón será tal vez, que pudo ejercer su profesión muy poco en España y cuando consiguió estrenar en nuestro país, sus películas pasaron desapercibidas o fue reconocido con un poco de, digamos, tardanza. En la memoria colectiva española permanecen sus primeros trabajos más carismáticos: Un perro andaluz de 1929 y Las Hurdes de 1933. ¿Y luego? ¿Qué pasó con Buñuel?
Para quien no conozca la filmografía de Buñuel diremos, con sus propias palabras, que encontrará “la felicidad de recibir lo inesperado”. Lo cierto es que no dejará indiferente a nadie con su surrealismo y cine de carga social.
Luis Buñuel fue un apasionado de la creación al que le gustaba disfrazarse e ir por libre y que aprendió su oficio con las manos en la masa y contra viento y marea por media Europa y América.
Nació en Teruel pero ingresó en la Residencia de Estudiantes de Madrid para estudiar Ingeniería. Pronto abandonó sus estudios y entró en contacto con los surrealistas. Viajó a París y a Hollywood donde aprendió el método de trabajo de los grandes estudios (plantillas fijas de estudio, jornadas de 8 horas, ensayos previos, narración lineal...) y que luego se propuso aplicar en España cuando, junto a Ricardo María de Urgoiti crea Filmófono. Pero entonces estalló la Guerra Civil lo que provocó la desaparación de la productora. Durante esta época el cine se convirtió en un arma propagandística importante y además, permitía experimentar con nuevas técnicas y lenguajes. Así que Buñuel se alineó con el bando republicano y trabajó supervisando películas sobre la guerra.
Tras la contienda volvió a Estados Unidos, pero pronto su ideología le puso en la mira del Comité de Actividades Antinorteamericanas así que se trasladó a México, donde vivió casi 20 años de exilio. Durante este tiempo hizo cine comercial pero por lo que será recordado es por su cine personal, ejemplo clásico es la película Los Olvidados (1950), una obra que fue nombrada Patrimonio de la Humanidad y que le rescata como cineasta con mayúsculas. En ella retrata la realidad dramática de México y como es habitual, eso no suele gustar mucho. También trabajó en algunas coproducciones con España, como es el caso de la famosa Viridiana realizada en 1961, pero que no fue estrenada en España hasta 1977 por los problemas con la censura. Será recordada por la famosa escena en la que recrea la última cena con mendigos. En sus últimos años, realizó algunas películas en Francia y se dedicó a escribir sus memorias llamadas Mi último suspiro.
Para poner la guinda a este rápido repaso a la vida de Buñuel, hemos encontrado un vídeo en el que le vemos como coctelero, preparando la receta del Dry Martini perfecto:
Pero queremos despedirnos con otra frase del propio Buñuel y que interpretamos como una defensa del trabajo duro y la perseverancia, aunque las circunstancias sean adversas:
Para llegar a toda belleza, tres condiciones me parecen necesarias: esperanza, lucha y conquista.
Corría el 13 de abril de 1953 cuando Ian Fleming creaba uno de los personajes más carismáticos que conocemos: Bond, James Bond. Gracias a doce novelas y veinticinco películas (hasta el momento) hemos conocido las aventuras del agente secreto menos secreto de la historia.
Gracias al éxito de Casino Royale (primera de las novelas de Fleming) el personaje fue creciendo y apenas diez años después de ver la luz por primera vez dio el salto a la gran pantalla en El Agente 007 contra el Dr. No (Terence Young, 1963). El MI6 tenía en su agente 007 su gran baza para luchar contra el mal y EON Productions uno para convertirse en un éxito de taquilla.
Bond cuenta con su inteligencia y con una sofisticada tecnología, así como con unos cuantos ayudantes que se repiten a lo largo de sus aventuras, como M, Moneypenny o Q. Es conocido por su capacidad de observación, audacia y elegancia mientras pide un vodka martini, agitado pero no mezclado.
Hemos hecho un repaso a su filmografía para comprobar que, interpretado por seis actores diferentes, el Agente 007 es uno de esos personajes que se reinventan y que podrían sobrevivir a la humanidad.
Si alguien nos pregunta cuál es la primera palabra que nos viene a la cabeza si pensamos en cine seguramente una de las más recurrentes sea “historias”. Las imágenes tienen una enorme capacidad de contar algo, así que los más imaginativos se pusieron detrás de la cámara para mostrarnos vidas que no existían, encuentros que nunca se produjeron o mundos que, a día de hoy, no tenemos certeza de que habiten nuestro cosmos.
Pero también hubo quien vio en el cine el elemento perfecto para contar historias de la historia. Grandes guerras, personalidades destacadas o acontecimientos únicos. Esta vez vamos a pararnos a hablar de las películas que se acordaron de historias concretas, historias que seguramente no aparezcan en ninguna enciclopedia y que de no ser por el cine puede que nunca hubiéramos llegado a conocer.
Las historias que suelen trascender de las guerras son las de las grandes batallas. Los grandes olvidados suelen ser pequeños héroes o pequeñas hazañas que puede que no cambiaran el destino de un conflicto, pero sí fueron remarcables por una u otra razón. Casi todos conocimos a Oskar Schindler gracias a la película que lleva su nombre. La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) narra la vida de un empresario alemán que salvó la vida a más de mil doscientos judíos. El 2001 Jean-Jacques Annaud nos contaba la hazaña del francotirador Vasili Záitsev en Enemigo a las puertas, película ambientada en la sangrienta batalla de Stalingrado y en la que Vasili se convirtió en una leyenda del Ejército Rojo tras neutralizar a más de doscientos soldados y oficiales nazis. Basada en las memorias de Wladyslaw Szpilman, El Pianista (Roman Polanski, 2002) nos acerca pesadilla vivida en el ghetto de Varsovia escapando del Holocausto.
El mundo de la cultura, cine incluido también ha sido objeto de algunas de estas películas. En 2015 Hollywood se miraba a sí mismo para traernos Trumbo. La Lista Negra de Hollywood (Jay Roach). Basada en la vida del guionista Dalton Trumbo, escritor de éxitos como Vacaciones en Roma o Espartaco, marginado por el Comité de Actividades Antiamericanas. Christian Schwochow nos acercó en 2016 la historia de la pintora Paula Becker en Paula. Empeñada en seguir su propio camino, cuestionó las leyes morales y artísticas de principios del siglo XX hasta encontrar su estilo. La más reciente en la que queremos detenernos es Wonder Women y el Profesor Marston (Angela Robinson, 2017). Cuenta cómo el psicólogo William Marston, inventor del detector de mentiras (aunque se olvidara de registrar la patente) creó el personaje de cómic Wonder Woman gracias a su relación de poliamor con Elisabeth Marston y Olive Byrne.
Entre otras cosas, el cine ha humanizado y contado la parte menos visible del mundo científico. Corría el año 2001 cuando un matemático pasó a ser conocido por la mayoría de ajenos a dicho mundo gracias a una película. Basada en el libro homónimo de Sylvia Nasar, Una mente maravillosa (Ron Howard) nos acercaba la historia de John Forbes Nash, Premio Nobel de Economía en 1994 y cómo una mente tan privilegiada tuvo que luchar contra sí misma debido a una enfermedad mental. En 2009, Alejandro Amenábar viajaba hasta el Egipto del siglo IV para contarnos en Ágora la historia de Hypatia de Alejandría, una brillante astrónoma y filósofa. Y dando otro salto en el tiempo, esta vez tan sólo hasta 1939, podemos acercarnos a Alan Turing en Descifrando Enigma (Morten Tyldum, 2014), en la que no sólo se nos habla de la invención de la máquina que ayudó a descodificar los mensajes alemanes durante la II Guerra Mundial (antecesora de nuestros actuales ordenadores), sino también de la persecución de Turing por su homosexualidad.
El deporte tampoco ha escapado a una mirada más cercana del cine. Corría 2005 cuando conocimos a Ken Carter y a su equipo de baloncesto. Coach Carter (Thomas Carter) contaba la historia del entrenador de baloncesto del Instituto Richmond, quien intentó inculcar a un grupo de adolescentes el valor de la disciplina y de la formación académica. El boxeo ha inspirado varias películas como Cinderella Man (Ron Howard, 2005) o The Fighter (David O. Russell, 2010) en la que se nos acerca la historia de los hermanos Dicky Eklund y Micky Ward y de cómo el primero intenta redimirse convirtiendo al segundo en el campeón que él pudo llegar a ser. Y hace tan solo unos meses que pudimos ver en la gran pantalla la historia de la tenista Billie Jean King. Con la excusa del mediático partido contra Bobby Riggs, La Batalla de los Sexos (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2017) habla de cómo una de las consideradas mejores jugadoras de la historia lucha por la igualdad de las mujeres, siendo una de las precursoras del actual circuito WTA, pero que a la vez tiene que ocultar su homosexualidad para que esta lucha no se vea perjudicada.
Hay infinidad de historias que por rocambolescas o por ser especialmente crudas, parecen obra de un guionista especialmente imaginativo. Uno de los Nuestros (Martin Scorsese, 1990) narra la vida de Henry Hill, un muchacho de Brooklyn que acaba escalando en el escalafón de la mafia. 12 años de esclavitud (Steve McQueen, 2013) denuncia la pesadilla vivida por Solomon Northup, un hombre secuestrado en 1850 y vendido como esclavo que lucha por escapar y volver con su familia. Del mismo año y también relacionada con el racismo es El Mayordomo (Lee Daniels). En ella conocemos la historia de Eugene Allen (Cecil Gaines en la película), un mayordomo que sirvió en la Casa Blanca durante treinta y cuatro años siendo testigo de la evolución de la política social y racial.
El cine español también ha considerado que tenía que subrayar algún personaje que se nos había pasado por alto. El lobo (Miguel Courtois, 2004) nos transporta a los últimos años del franquismo para contarnos la historia de Mikel Lejarza, un infiltrado en ETA que consiguió la caída de más de ciento cincuenta activistas. Heroína (Gerardo Ramos, 2005) habla sobre el drama de las familias de los drogadictos y de cómo esta realidad empuja a un grupo de madres a fundar Érguete, la asociación que hizo frente a los narcos gallegos y luchó por sacar a sus hijos de la lacra de la drogadicción.
Con todos estos ejemplos nos queda claro que el cine no sólo es una herramienta de entretenimiento. Obviamente, por el buen del discurrir de la película, muchas de estas películas tienen elementos de dramatización que no siguen la realidad al pie de la letra pero, desde luego, poner en foco estos personajes sirve para que conozcamos un poco más la vida de quienes nunca aparecerán en los libros de historia.
Si ya nos habíamos parado a hablar de las adaptaciones que el cine había hecho del teatro en general, hoy vamos a ponerle un nombre propio en particular.
Thomas Lanier Williams III nació en Mississippi y, sin embargo, todo el mundo lo conocería por el nombre de otro lugar de la geografía estadounidense: Tennessee.
Tennessee Williams fue uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX y entre otras cosas, es reconocido por el tema que aquí nos ocupa: la extensa lista de sus obras que han sido adaptadas para la gran pantalla.
Con un estilo que muchos han denominado como gótico sureño, las obras de Williams están marcadas por su procedencia y por ese halo de nostalgia que dicha sociedad tenía aún del pasado, sus valores y tradiciones. Es por ello por lo que los personajes y su psicología adquieren un papel protagonista en la trama.
Su extensísima carrera está compuesta por unas ochenta obras de teatro, tres novelas y siete cuentos cortos, además de haber coqueteado con la poesía. Ganó el Premio Pullitzer con Un tranvía llamado deseo en 1948 y repitió con La Gata sobre el tejado de zinc en 1955. Estas dos obras ganaron también el Premio de la Crítica Teatral junto con El zoo de cristal en 1945 y La noche de la iguana en 1961. Y por si fueran pocos premios, tuvo que hacer sitio en su galardonada estantería para el Tony de 1952 por La rosa tatuada.
Y Hollywood, que no es tonto, puso sus ojos en el trabajo de Tennessee. Pese a la frenética producción de obras que seguía llevando a cabo nuestro dramaturgo, fue el encargado de muchos de los guiones que darían vida en la gran pantalla a todos aquellos seres atormentados y nostálgicos para los que ya se había alzado el telón.
El primero en acompañarlas en tan vertiginoso salto, fue Elia Kazan en 1951 con uno de los clásicos más conocidos del cine: Un tranvía llamado deseo, en donde Vivien Leigh y los dos actores secundarios (Kim Hunter y Karl Malden) se alzaron con el Oscar a las mejores interpretaciones. Pero sin lugar a dudas, la interpretación de Marlo Brando como Stanley Kowalski es la más recordada (y una de las más recordadas de la historia del cine). Kazan repetiría la experiencia con Baby Doll en 1956.
El éxito volvió a llegar en 1958 con Richard Brooks dirigiendo La gata sobre el tejado de Zinc. No se llevó ninguna estatuilla (pese a las seis nominaciones) pero la apatía de un Paul Newman que convirtió el albornoz en todo un hito de la elegancia, y la vehemencia de Elisabeth Taylor, convirtieron a esta película en referente de cualquier videoteca clásica.
Elisabeth Taylor volvería a ser la protagonista de más adaptaciones como De repente, el último verano (Joseph L. Mankiewicz, 1958), junto con su inseparable Montgomery Clift o La mujer maldita (Joseph Losey, 1968). Del mismo modo, Newman volvería a encarnar un personaje del dramaturgo en Dulce pájaro de juventud (Richard Brooks, 1962) y se atrevería a ponerse detrás de la cámara para dirigir a Joanne Woodward y John Malkovich en El zoo de cristal en 1987.
Incluso un antiguo guionista como John Huston puso sus ojos en una de sus numerosas piezas teatrales de Williams y en 1964 reunió a estrellas como Richard Burton, Deborah Kerr o Ava Gardner para que la cámara diera vida a La noche de la iguana.
De la extensa producción de Tennessee Williams, se pueden encontrar más de veinticinco adaptaciones audiovisuales. Está claro que apostar por sus obrar es apostar a caballo ganador. El teatro, el cine y el arte en general tiene mucho que agradecerle a su talento, el cual terminó ahogado con un tapón alojado en su garganta impidiendo que pudiera seguir respirando, que pudiera seguir inspirando.
Por muchos es sabido que el cine nació más como avance tecnológico que cultural. Por eso, y aunque el canal estaba, faltaba el mensaje. Y de lo primero que echó mano el cine (después de las pruebas con escenas cotidianas) fue del teatro. Las historias ya estaban, sólo había que adaptarlas.
Fue así como nació una relación que llega hasta nuestros días. Y aunque en un principio caminaran de la mano, cuanto más se desarrollaba el séptimo arte más se separaba del género teatral. Si nos remontamos a los comienzos del primero, podemos ver cómo escenarios e interpretaciones, caminaban muy cerca del segundo. Los recursos técnicos eran muy limitados y las interpretaciones (mudas aún) eran el resultado de una migración de los actores del escenario al estudio.
Son muchas las diferencias entre ambos y quizá la más evidente es el hecho de que la representación teatral coincide con la observación del espectador, mientras que en el cine se produce un desfase temporal entre ambas, lo cual permite la repetición de la actuación hasta obtener una toma válida. Los efectos, cambios de escenarios, montaje y un largo etcétera son otros de los elementos que hacen que ambos sean versiones diferentes de las artes escénicas.
Como decíamos, las adaptaciones teatrales fueron una de las primeras formas de guión. Y aunque conforme evolucionaba el lenguaje cinematográfico y se podía ofrecer una mayor complejidad en los guiones, el teatro siempre ha sido una fuente de inspiración que ha permanecido latente. Son muchos los temas, los géneros y los autores que han salido del patio de butacas para darse un paseo por el set de rodaje.
Adaptaciones con mucho ritmo
Si hablamos de musicales, Broadway ha sido una mina para el séptimo arte. Si hablamos de la obra Pigmalión, escrita en 1912 por George Bernard Shaw, igual algunos no saben aún por dónde van los tiros, pero si decimos que en 1956 Broadway alzó el telón para representar My Fair Lady, quizá ya empecemos a entendernos. Tras el éxito de la obra (hasta la fecha es la obra que más tiempo ha estado en cartel en la historia de Nueva York), George Cukor le dio a Audrey Hepburn el papel de Eliza en 1964 para rodar uno de los clásicos de la historia del cine.
Robert Wise sería el encargado de dirigir tanto en teatro como en cine West Side Story en 1957 y 1961, respectivamente. Se volvería a atrever con una adaptación en 1965 cuando, de la mano de Julie Andrews, hizo que la familia von Trapp cantara en Sonrisas y Lágrimas.
Uno de los musicales por excelencia es Cabaret. Broadway abrió sus puertas para él en 1966 y Bob Fosse decidió trasladarlo al cine en 1972. Hair siguió el mismo camino tras su estreno en 1967 y en 1979 era Milos Forman quien lo acompañaba a las salas de cine. Y no podíamos olvidarnos de Grease que, tras su estreno en 1971, hizo que Sandy y Danny aparecieran en las pantallas de todo el mundo de la mano de Randal Kleiser en 1978.
Mención aparte merece la adaptación de Chicago. Corría 1975 cuando de nuevo Bob Fosse, esta vez junto con Fred Ebb, llevó un nuevo libreto a los escenarios. Tras el éxito de la adaptación cinematográfica de Bill Condon en 2002, la cual se alzó con seis Oscars (incluyendo mejor película), tuvo una segunda vida en el teatro a partir de 2006, llegando a realizar más de seis mil representaciones.
Para cerrar la sección musical, no queremos olvidarnos del diabólico barbero de la calle Fleet. Sweeney Todd ha sido una de las últimas y mejores adaptaciones cinematográficas. Tras estrenarse en el teatro en 1979 y ganar un Tony al musical del año, Tim Burton le dio una oportunidad delante de la cámara en 2007 junto con sus inseparables Johnny Depp y Helena Bonham Carter.
Classic always wins
Sí, los clásicos siempre ganan. Por eso una historia de Shakespeare siempre es digna de ser adaptada. Es imposible detenernos en todas las películas basadas en alguna de las obras del Bardo ya que son más de doscientas cincuenta las versiones que existen.
Una de las primeras fue La fierecilla domada (Sam Taylor, 1929) a la que siguió la versión de Franco Zeffirelli de 1967, interpretada por Elisabeth Taylor y Richard Burton. George Cukor se pensó que una de las historias de amor más desdichadas que había conocido la literatura sería perfecta para la gran pantalla y en 1936 dirigió Romeo y Julieta, de la cual se han llegado a hacer casi veinte versiones. Hamlet, Macbeth, Otelo o El Rey Lear, son algunas de las piezas de Shakespeare que se han llevado al cine en más ocasiones.
Más adelante nos detendremos en la producción española, pero puesto que estamos hablando de tiempos cercanos a William, tenemos que mencionar ahora a Lope de Vega. Escribió El Perro del Hortelano en 1618 y además de servir al refranero español, sirvió para dar lugar a alguna película. Lo más curioso de su adaptación es que la primera que se llevó a cabo fue en la antigua URSS en 1977. No sería hasta 1996 cuando Pilar Miró hiciera lo propio en nuestro país. También fueron llevadas al cine Fuenteovejuna (Antonio Román, 1947 y Juan Guerrero Zamora 1970) y El mejor alcalde, el Rey (Rafael Gil, 1973)
Otra de los clásicos destacados es Cyrano de Bergerac, escrita en 1897 por Edmond Rostand y que ha sido adaptada en numerosas ocasiones, como en 1950 por Michael Gordon o en 1990 por Jean-Paul Rappeneau y que fue protagonizada por Gérard Depardieu. Y para finalizar con las obras de otro siglo, echamos mano de Oscar Wilde y La importancia de llamarse Ernesto (1895), la cual fue puesta delante del objetivo de la mano de Anthony Asquith en 1952.
¡Larga vida al teatro!
Y aunque los clásicos sean un acierto, nunca hay que perder de vista al panorama contemporáneo. Eso es lo que han pensado muchos directores a la hora de buscar inspiración en los escenarios teatrales.
Billy Wilder descubrió un filón con el tándem interpretativo: Lemmon-Matthau y entre las películas en las que contó con la exitosa pareja figura Primera plana (1974) que no es más que la adaptación de la obra homónima de Ben Hecht y Charles MacArthur, estrenada en 1931. Otra dupla que pasaría a la historia del cine fue la de Laurence Olivier y Michael Caine por su magistral interpretación (ambos lucharon por el Oscar a mejor actor) en La huella (Joseph L. Mankiewicz, 1972). La película fue una adaptación de la obra de Anthony Schaffer, escrita dos años antes. En 2007 fue llevada de nuevo al cine por Kenneth Branagh.
Y si hablamos de repetir, tenemos que mencionar The Deep Blue Sea. Basada en la obra de Terence Rattingan de 1952, fue llevada al cine por Anatole Litvak en 1955 de la junto con Vivien Leigh, aunque la versión que tenemos más reciente es la de Terence Davies en 2011.
Para acabar con el repaso a las adaptaciones más recientes, nos detenemos en una obra que a su vez está basada en hechos reales. Tras el escándalo del Watergate, Nixon realizó una serie de entrevistas con el periodista David Frost. El resultado de las mismas y cómo tuvieron lugar fue plasmado en 2006 por Peter Morgan y filmadas a su vez en 2008 por Ron Howard bajo el título El desafío: Frost contra Nixon.
A este lado del Atlántico
En lo que se refiere a nuestra producción, y dejando de lado a los clásicos, no podemos dejar de lado a Federico García Lorca. Bodas de sangre es una de sus obras más adaptadas, aunque curiosamente (o no tanto, si tenemos en cuenta cómo acabó el autor y cómo España), Argentina fue el primer país en llevarla a la gran pantalla. Fue Edmundo Guibourg en 1938, a quien siguió Carlos Saura en 1981 y Paula Ortiz en 2015 con La Novia.
Otra obra que destaca en los últimos años es Las bicicletas son para el verano, escrita por Fernando Fernán Gómez en 1977 y dirigida por Jaime Chávarri en 1984.
Y todo esto porque queríamos hablar de un autor en concreto pero... lo dejaremos para otro día.