Por muchos es sabido que el cine nació más como avance tecnológico que cultural. Por eso, y aunque el canal estaba, faltaba el mensaje. Y de lo primero que echó mano el cine (después de las pruebas con escenas cotidianas) fue del teatro. Las historias ya estaban, sólo había que adaptarlas.
Fue así como nació una relación que llega hasta nuestros días. Y aunque en un principio caminaran de la mano, cuanto más se desarrollaba el séptimo arte más se separaba del género teatral. Si nos remontamos a los comienzos del primero, podemos ver cómo escenarios e interpretaciones, caminaban muy cerca del segundo. Los recursos técnicos eran muy limitados y las interpretaciones (mudas aún) eran el resultado de una migración de los actores del escenario al estudio.
Son muchas las diferencias entre ambos y quizá la más evidente es el hecho de que la representación teatral coincide con la observación del espectador, mientras que en el cine se produce un desfase temporal entre ambas, lo cual permite la repetición de la actuación hasta obtener una toma válida. Los efectos, cambios de escenarios, montaje y un largo etcétera son otros de los elementos que hacen que ambos sean versiones diferentes de las artes escénicas.
Como decíamos, las adaptaciones teatrales fueron una de las primeras formas de guión. Y aunque conforme evolucionaba el lenguaje cinematográfico y se podía ofrecer una mayor complejidad en los guiones, el teatro siempre ha sido una fuente de inspiración que ha permanecido latente. Son muchos los temas, los géneros y los autores que han salido del patio de butacas para darse un paseo por el set de rodaje.
Adaptaciones con mucho ritmo
Si hablamos de musicales, Broadway ha sido una mina para el séptimo arte. Si hablamos de la obra Pigmalión, escrita en 1912 por George Bernard Shaw, igual algunos no saben aún por dónde van los tiros, pero si decimos que en 1956 Broadway alzó el telón para representar My Fair Lady, quizá ya empecemos a entendernos. Tras el éxito de la obra (hasta la fecha es la obra que más tiempo ha estado en cartel en la historia de Nueva York), George Cukor le dio a Audrey Hepburn el papel de Eliza en 1964 para rodar uno de los clásicos de la historia del cine.
Robert Wise sería el encargado de dirigir tanto en teatro como en cine West Side Story en 1957 y 1961, respectivamente. Se volvería a atrever con una adaptación en 1965 cuando, de la mano de Julie Andrews, hizo que la familia von Trapp cantara en Sonrisas y Lágrimas.
Uno de los musicales por excelencia es Cabaret. Broadway abrió sus puertas para él en 1966 y Bob Fosse decidió trasladarlo al cine en 1972. Hair siguió el mismo camino tras su estreno en 1967 y en 1979 era Milos Forman quien lo acompañaba a las salas de cine. Y no podíamos olvidarnos de Grease que, tras su estreno en 1971, hizo que Sandy y Danny aparecieran en las pantallas de todo el mundo de la mano de Randal Kleiser en 1978.
Mención aparte merece la adaptación de Chicago. Corría 1975 cuando de nuevo Bob Fosse, esta vez junto con Fred Ebb, llevó un nuevo libreto a los escenarios. Tras el éxito de la adaptación cinematográfica de Bill Condon en 2002, la cual se alzó con seis Oscars (incluyendo mejor película), tuvo una segunda vida en el teatro a partir de 2006, llegando a realizar más de seis mil representaciones.
Para cerrar la sección musical, no queremos olvidarnos del diabólico barbero de la calle Fleet. Sweeney Todd ha sido una de las últimas y mejores adaptaciones cinematográficas. Tras estrenarse en el teatro en 1979 y ganar un Tony al musical del año, Tim Burton le dio una oportunidad delante de la cámara en 2007 junto con sus inseparables Johnny Depp y Helena Bonham Carter.
Classic always wins
Sí, los clásicos siempre ganan. Por eso una historia de Shakespeare siempre es digna de ser adaptada. Es imposible detenernos en todas las películas basadas en alguna de las obras del Bardo ya que son más de doscientas cincuenta las versiones que existen.
Una de las primeras fue La fierecilla domada (Sam Taylor, 1929) a la que siguió la versión de Franco Zeffirelli de 1967, interpretada por Elisabeth Taylor y Richard Burton. George Cukor se pensó que una de las historias de amor más desdichadas que había conocido la literatura sería perfecta para la gran pantalla y en 1936 dirigió Romeo y Julieta, de la cual se han llegado a hacer casi veinte versiones. Hamlet, Macbeth, Otelo o El Rey Lear, son algunas de las piezas de Shakespeare que se han llevado al cine en más ocasiones.
Más adelante nos detendremos en la producción española, pero puesto que estamos hablando de tiempos cercanos a William, tenemos que mencionar ahora a Lope de Vega. Escribió El Perro del Hortelano en 1618 y además de servir al refranero español, sirvió para dar lugar a alguna película. Lo más curioso de su adaptación es que la primera que se llevó a cabo fue en la antigua URSS en 1977. No sería hasta 1996 cuando Pilar Miró hiciera lo propio en nuestro país. También fueron llevadas al cine Fuenteovejuna (Antonio Román, 1947 y Juan Guerrero Zamora 1970) y El mejor alcalde, el Rey (Rafael Gil, 1973)
Otra de los clásicos destacados es Cyrano de Bergerac, escrita en 1897 por Edmond Rostand y que ha sido adaptada en numerosas ocasiones, como en 1950 por Michael Gordon o en 1990 por Jean-Paul Rappeneau y que fue protagonizada por Gérard Depardieu. Y para finalizar con las obras de otro siglo, echamos mano de Oscar Wilde y La importancia de llamarse Ernesto (1895), la cual fue puesta delante del objetivo de la mano de Anthony Asquith en 1952.
¡Larga vida al teatro!
Y aunque los clásicos sean un acierto, nunca hay que perder de vista al panorama contemporáneo. Eso es lo que han pensado muchos directores a la hora de buscar inspiración en los escenarios teatrales.
Billy Wilder descubrió un filón con el tándem interpretativo: Lemmon-Matthau y entre las películas en las que contó con la exitosa pareja figura Primera plana (1974) que no es más que la adaptación de la obra homónima de Ben Hecht y Charles MacArthur, estrenada en 1931. Otra dupla que pasaría a la historia del cine fue la de Laurence Olivier y Michael Caine por su magistral interpretación (ambos lucharon por el Oscar a mejor actor) en La huella (Joseph L. Mankiewicz, 1972). La película fue una adaptación de la obra de Anthony Schaffer, escrita dos años antes. En 2007 fue llevada de nuevo al cine por Kenneth Branagh.
Y si hablamos de repetir, tenemos que mencionar The Deep Blue Sea. Basada en la obra de Terence Rattingan de 1952, fue llevada al cine por Anatole Litvak en 1955 de la junto con Vivien Leigh, aunque la versión que tenemos más reciente es la de Terence Davies en 2011.
Para acabar con el repaso a las adaptaciones más recientes, nos detenemos en una obra que a su vez está basada en hechos reales. Tras el escándalo del Watergate, Nixon realizó una serie de entrevistas con el periodista David Frost. El resultado de las mismas y cómo tuvieron lugar fue plasmado en 2006 por Peter Morgan y filmadas a su vez en 2008 por Ron Howard bajo el título El desafío: Frost contra Nixon.
A este lado del Atlántico
En lo que se refiere a nuestra producción, y dejando de lado a los clásicos, no podemos dejar de lado a Federico García Lorca. Bodas de sangre es una de sus obras más adaptadas, aunque curiosamente (o no tanto, si tenemos en cuenta cómo acabó el autor y cómo España), Argentina fue el primer país en llevarla a la gran pantalla. Fue Edmundo Guibourg en 1938, a quien siguió Carlos Saura en 1981 y Paula Ortiz en 2015 con La Novia.
Otra obra que destaca en los últimos años es Las bicicletas son para el verano, escrita por Fernando Fernán Gómez en 1977 y dirigida por Jaime Chávarri en 1984.
Y todo esto porque queríamos hablar de un autor en concreto pero... lo dejaremos para otro día.