Haciendo caso al Hada Madrina, al escuchar las campanadas que anunciaban las doce Cenicienta abandonó la fiesta.
Apenas había salido del salón del baile, se quitó los zapatos y los lanzó lejos, bien lejos. Quería asegurarse de que el príncipe no pudiera encontrarla. Ya se había cansado de tanto cuento.
Haciendo caso al Hada Madrina, al escuchar las campanadas que anunciaban las doce, Cenicienta abandonó la fiesta.
Apenas había salido del salón del baile, se quitó los zapatos y los lanzó lejos, bien lejos. Quería asegurarse de que el príncipe no pudiera encontrarla. Ya se había cansado de tanto cuento.
Habían montado una gran fiesta la noche anterior. No había nada que celebrar pero tampoco había ningún motivo para no hacerlo. Pese a que sabían que nadie se podía enterar de lo que hacían, disfrutaron como nunca y las horas pasaron como siempre.
Fue así como el sol las sorprendió. Apenas habían dejado de bailar cuando sus primeros rayos las descubrieron danzando por el cielo. Y la consigna comenzó a correr de boca en boca: “disimulad, dispersaros y hasta la próxima”.
"Una gaviota inteligente pesca pero no se deja cazar, se acerca pero no confía y vuela hacia mar abierto antes de que vuelen lejos de ella".
Este era su lema, y aún no entendía por qué la llamaban la Gaviota Monroe.
La erigieron con un constante y arduo trabajo, con uno tan duro como aquellas mismas piedras que componían su esqueleto. Y mientras lo hacían le susurraban que sería la acaparadora de miles, de millones de miradas; que las cabezas de cuantos pasaran a su lado se alzarían al cielo solamente para contemplarla. Y se dejó hacer. Dejó que la moldearan, que tallaran en ella cada arco y cada escultura con mimo; que pusieran cada engranaje del reloj que tenía como corazón. Y fue así como terminó por creerse especial.
Nadie le había dicho que el precio de todo aquello era la soledad de quien se cree demasiado cerca de un cielo al que nunca podría llegar y que paradójicamente, sería su único compañero por el resto de la eternidad.
¡Parecía tan apetecible! Siendo así no pudo hacer otra cosa que acercarse y acercarse hasta acabar perdiéndose en aquella maraña de pétalos. Podía parecer un camino tortuoso, pero lo cierto es que le divertía aquel laberinto, siempre descubriendo nuevos caminos, siempre imaginando encontrarse con el minotauro en cualquier momento...
Poco imaginaba que nunca encontraría a la legendaria criatura mitológica, tan sólo encontraría, aunque sea poco frecuente en los laberintos, la salida: un tortuoso tallo lleno de espinas.
Había acabado el verano y pese a que Sabina decía que el otoño sólo duraba lo que tardaba en llegar el invierno, el tiempo se le estaba haciendo eterno. Sabía que no podía culpar a nadie de empeñarse en quedarse allí sola esperando; sabía que la llamaban la loca del Muelle de San Blas; pero también sabía que acabaría apareciendo.
Mientras todos se guardaban esperando a una lejana primavera, ella seguiría allí, oteando ese curioso lugar en el que cielo y mar, dos puntos separados por millones de kilómetros, convergen en una línea imaginaria llamada horizonte. Permanecería allí aunque la llamasen loca, porque cuando el Holandés Errante rompiera la armonía de aquel horizonte y llegara a puerto a atracar, ella sería la primera en verlo y despegar sus alas para sobrevolarlo.