La erigieron con un constante y arduo trabajo, con uno tan duro como aquellas mismas piedras que componían su esqueleto. Y mientras lo hacían le susurraban que sería la acaparadora de miles, de millones de miradas; que las cabezas de cuantos pasaran a su lado se alzarían al cielo solamente para contemplarla. Y se dejó hacer. Dejó que la moldearan, que tallaran en ella cada arco y cada escultura con mimo; que pusieran cada engranaje del reloj que tenía como corazón. Y fue así como terminó por creerse especial.
Nadie le había dicho que el precio de todo aquello era la soledad de quien se cree demasiado cerca de un cielo al que nunca podría llegar y que paradójicamente, sería su único compañero por el resto de la eternidad.