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Es difícil escribir, pensar, decir o hacer algo que no esté escrito, pensado, dicho o hecho ya. Lo ha sido siempre y lo es más aún ahora que con tan sólo apretar un botón tenemos al alcance de nuestra mano tanta información que tendríamos que vivir varias vidas para ser capaz de asimilarla. Y a pesar de eso, quizá sea ahora cuando más se necesita escribir, pensar, decir o hacer cosas.

Nunca hemos tenido tantas posibilidades como ahora, nunca los astros se habían alineado de la forma en la que parecen haberlo hecho en la actualidad para que cada uno podamos expresarnos, compartir, crear o pensar. Y a pesar de todo eso, a veces no queremos darnos por enterados, a veces creemos que el mundo ha evolucionado hasta llegar a nosotros y que no tiene planes más allá. A veces nos creemos  la cúspide y nos comportamos como si fuéramos el puzle completo cuando en realidad somos una pieza más.

Y precisamente por ser una pieza más de lo que sea que estamos viviendo, tenemos la obligación de hacer algo por nuestra parcela de puzle, estamos obligados a colorear, a ser la esquina o el borde del cuadro. Quizá nuestra función no es ser algo primordial, quizá no somos el elemento que le dé sentido al total, pero si no buscamos ser algo, si somos nada, estamos fallando en todo.

Lo curioso es que en ocasiones nos creemos los reyes del mundo, creemos estar por encima de todo y otras veces nos menospreciamos tanto que simplemente creemos que no podemos aportar nada. No vamos a descubrir la cura del cáncer, ni vamos a conseguir darle el valor exacto al número pi; no seremos capaces de poner un pie en Marte ni de crear un nuevo movimiento artístico. ¿Para qué hablar entonces?

Debemos hacerlo por dos motivos. El primero, porque no sabemos en qué medida cualquiera de las cosas que hagamos, de una forma u otra signifique algo para los demás. ¿Y si cualquier cosa que pudiéramos hacer o decir encendiera una chispa en otro que le hiciera a su vez hacer o decir otra cosa? ¿Y si esa chispa termina por significar algo? Quizá cambiar el mundo nos viene grande, quizá todas esas frases de grandeza de las películas o de los posters de la Fnac son utopías, pero el mundo no tiene por qué empezar a cambiarse en la economía global. Hacer algo por la pequeña parcela de puzle que se nos ha asignado es en buena medida cambiar algo, por simple e insignificante que esto sea.

El segundo motivo por el que hablar es más egoísta, menos trascendental y si me apuráis, más prepotente. Es simplemente el por el mero hecho de realizarnos. Porque signifique lo que signifique eso de la realización personal, está estrechamente ligado con mostrar lo que somos. Creemos que expresarse es sólo hablar, cuando en realidad hay tantas formas de hacerlo como personas. Hay quien lo hace pintando, cantando o escribiendo; hay quien quiere decir algo cogiendo una probeta, resolviendo una ecuación o mirando a las estrellas. Ninguna es menos válida que otra ni más acertada que su opuesta. Todas son, todas están, todas dicen.

Se nos llena la boca diciendo que somos diferentes a los animales porque nosotros tenemos el don de la razón. Mostrémoslo entonces.

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Muchos ya no tienen fe en la humanidad, la perdieron en la Guerra de Troya, con la creación de la Inquisición, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, en algún campo de concentración nazi o en una de las Torres Gemelas. 

Muchos creen que el ser humano ha tocado su techo, lo pensaron después de ver la imprenta, la máquina de vapor, después de hacer un vuelo transatlántico o tras ponerse unas Google Glass.
Muchos se creen inteligentes por considerar que saben todo lo que necesitan saber para vivir. Pocos son los que consideran que la verdadera naturaleza de la inteligencia no reside en lo que se sabe sino en lo que se tiene necesidad de llegar a saber. 
Y en medio de esos muchos, de vez en cuando surge algo o alguien que sobresale y se replantea todo, lo cuestiona todo y pone un cerebro privilegiado al servicio del conocimiento. Uno de esos era él.
Tendemos a considerar que lo sabemos todo y que lo que no sabemos tampoco nos importa demasiado. Tendemos a clasificar como cultura general a saber mucho de historia, de literatura o de geografía y también tendemos a etiquetar a "los de ciencias" como los listos y a "los de letras" como los tontos. Pues bien, en cuestiones de conocimiento, la mayoría de nosotros (seamos de "los listos" o "los tontos") estamos aún en pañales y quizá en primer paso es reconocerlo. Y puede (sólo puede) que toda la culpa no sea nuestra. Quizá esos planes de estudios con los que tanto se llenan la boca en las altas esferas nos hacen conformistas o nos dan lo mínimo para saber hacer "la cuenta de la vieja"; quizá nadie nos ha sabido explicar bien todas estas cosas: una teoría, la importancia de una fórmula o la trascendencia de un descubrimiento.
Pero aún estamos a tiempo. Aún podemos hacer autocrítica, aún podemos convencernos de que no hay un techo hasta el que llegar sino solamente un suelo del que partir. Aún podemos ampliar nuestra Teoría Especial con una Teoría General. Nunca es tarde, todo es relativo.