"Wait a minute, wait a minute, you ain't heard nothing yet!".
Todo empezó así. Por primera vez en el cine se unían imagen y sonido. Era 1927 y en la pantalla se proyectaba The Jazz Singer (Alan Crosland). Nacía así una unión casi tan fuerte como esa que mantiene a un chicle pegado a nuestro zapato por más que lo intentemos despegar. El sonido abría las puertas a un universo nuevo, dispuesto a recibir a todo aquel hijo de Hollywood que quisiera explorarlo.
Cambiaron muchas cosas, desde las tecnológicas a las narrativas o interpretativas; otras desaparecieron como las orquestas amenizando las proyecciones y también nacieron otras, entre ellas un nuevo tipo de cine: el musical.
La representación de una historia contada a ritmo de una melodía ya había empezado mucho antes, en el teatro y la ópera, pero el hecho de poder hacer un montaje cinematográfico abría al género un abanico de posibilidades enormes que no se pasaron por alto en las grandes productoras (cling, cling, ¡caja!).
Puede parecer un formato artificial y de ritmo aburrido en ocasiones (¡otra canción no por favor!) pero ¿quién no se ha sentido alguna vez tan eufórico como para tener la necesidad de lanzarse a bailar por el parque como Tom en 500 Days of Summer (Marc Webb, 2009)? En ocasiones, una buena música y un movimiento de caderas pueden ser más emotivos que un épico y sensiblero discurso.
El musical es un género que a pocos deja indiferentes: o se ama o se odia. La clave para entenderlo es asumir que al igual que nos tragamos a pies juntillas que los viajes en el tiempo o interestelares son posibles, lo puede ser también el hecho de que alguien se exprese cantando y bailando. En un caso lo ficticio es la narración y en el otro el lenguaje.
Ya en sus comienzos el séptimo arte puso sus ojos en Broadway trasladando su lenguaje y actores a la gran pantalla. Pero, como es comprensible, el cine necesitaría mucho tiempo y trabajo en el desarrollo de un lenguaje propio para huir de la interpretación histriónica del mudo o de una planificación estática derivada del teatro. Vamos, que la cosa aún estaba en pañales y aquello no había por dónde cogerlo.
Se había encontrado la forma de unir imagen y sonido, pero aún había muchos problemas que resolver: a finales de los años 20 en Estados Unidos, muy pocos estudios podían producir cine sonoro o hacer frente al tremendo coste de una "talkie". Por otra parte, se encontraba el problema de las salas de proyección: no todas estaban al día en el último adelanto tecnológico.
Pero como para (casi) todo en la vida, sólo hacía falta tiempo y trabajo. El sonoro fue poco a poco asentándose y se comenzó a experimentar con todas sus posibilidades dramáticas. Con la llegada de los años 30 aparece uno de los grandes nombres del género: Busby Berkeley. Fue el creador de los "production numbers": números de baile en los que se formaban figuras que el espectador podía ver gracias a planos concretos. Gracias a las posibilidades del cine se le aportó al espectador un punto de vista diferente y que un teatro al estilo tradicional no podía experimentar y en el que un grupo de bailarinas podían convertirse, tras un increíble trabajo de producción, dirección y coreografía, en una delicada flor o un gigantesco violín, como podemos ver en este fragmento de Gold Diggers of 1933 (Mervyn LeRoy, 1933) con números musicales creados y dirigidos por este visionario del género.
Hasta los años 60 el género se había decantado por la comedia y por historias de dulzura al borde de un ataque de diabetes, pero fue entonces cuando comenzó una hibridación y se introdujo la tragedia, porque quien canta, sus males espanta. Así que frente a las almibaradas Sonrisas y Lágrimas (Robert Wise, 1965) y Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964), con una Julie Andrews cantando las bondades de la vida, aparece West Side Story (Robert Wise, 1961) contando un drama social.
El musical ya estaba más que asentado, pero a las cosas siempre se las puede hacer mejorar, así que en los años 70 llegó Bob Fosse, un coreógrafo y bailarín que acabaría pasándose a la dirección para dejarnos películas como Cabaret (1972) o All that jazz (1979).Y como ya teníamos el lenguaje, la interpretación y la capacidad de contar historias tanto de comedia como de drama, al género de faltaba una cosa más: el fenómeno fan.
Fueron los seguidores de The Rocky Horror Picture Show (Jim Sherman, 1973) los que se comenzaron a vestir como los personajes de la película recreando sus números musicales y yendo a cualquier parte con un salto a la izquierda, un pasito a la derecha, manos a las caderas y bailoteando el Time Warp.
Esto es a grandes rasgos cómo el cine acogió a una nueva forma de contar historias y como ésta evolucionó con el tiempo. Fueron muchos los nombres y muchas las películas que hicieron que desde el surgimiento del sonoro en los guiones tuvieran que aparecer también pentagramas y pasos de baile.
Como siempre agradecemos todo lo aprendido en las clases de Historia y Géneros Cinematográficos de la Universidad Complutense que elevaron nuestro amor por el Séptimo Arte a otro nivel. Preparaos para la próxima entrega sobre el género musical porque llega un "Duelo de Titanes" ¡Un, dos, cha cha chá!
GENE KELLY“Hay un extraño razonamiento en Hollywood por el que los musicales merecen menos consideración de la Academía que los dramas. Es una forma de clasismo, la misma que mantiene la idea de que el drama merece más galardones que la comedia.”("There is a strange sort of reasoning in Hollywood that musicals are less worthy of Academy consideration than dramas. It's a form of snobbism, the same sort that perpetuates the idea that drama is more deserving of Awards than comedy.")