El cine de terror es otro de esos géneros que, sin duda, no dejan impasible a nadie: o lo amas, o lo odias. Sin embargo, incluso aunque saltes en la butaca y te tapes ojos y oídos para no ver cómo destripan al amigo del protagonista, seguramente sientas esa especie miedo y atracción por el Hannibal Lecter de turno o hacia el inconfundible ambiente de agobio de la habitación de la niña de El Exorcista.
El cine de terror es un género cinematográfico caracterizado por su intento de provocar en el espectador sensaciones de miedo, disgusto y horror (obviamente). Y es que somos unos morbosos. Pavor y éxtasis están muy íntimamente relacionados y ése es el atractivo que este género heredó de la literatura gótica: nos produce cierto placer o al menos curiosidad todo lo que rodee a la locura, lo sobrenatural y lo desquiciante, por eso sus argumentos frecuentemente envuelven la intrusión de alguna fuerza, un evento o personaje malignos, muchas veces de origen sobrenatural o con problemas psiquiátricos.
Sin embargo, existen numerosos ejemplos de películas que, pese a estar envueltos en el arquetipo de un determinado género, su puesta en escena nos traslada hacia otro. Por ejemplo, una película como Alien (Ridley Scott 1979), se considera, en lo que a su estructura se refiere, como una película de ciencia ficción. Es lógico ¿no? Las naves espaciales, los extraterrestres… pero si lo observamos desde otra perspectiva, vemos como esta película también puede adscribirse al género de terror: hay un monstruo asesino, una puesta en escena que nos remite a una estética gótica… Es una lucha entre la puesta en escena y la estructura arquetípica.
Vamos a hacer un rápido repaso a la historia de un género que tuvo unos inicios muy distintos en Europa y América. ¿La diferencia? La I Guerra Mundial. El terror europeo está marcado por el expresionismo alemán y las inquietudes sociopolíticas de la época, ¿quién necesita imaginar monstruos teniendo un continente a punto de ser devastado? Mientras tanto, los americanos se alejan de la metáfora y se decantan por el espectáculo, por el monstruo que no puede cambiar.
La primera gran época del cine de terror será en Estados Unidos en los años 30 con los estudios Universal al frente. El ambiente angustioso tras el crack del 29 ayudaba mucho, la verdad. Aparecen autores que empezaron por dotar al medio de una gran fantasía y un tono poético. A los fanáticos de este género, el nombre de Tod Browning les hará soltar un “oh yeah, baby”, para los demás basta decir que tal vez fue mejor realizador del cine de terror de esta época. Algunos de sus trabajos más destacados son La parada de los monstruos (Freaks, 1932) o Drácula (1931), el papel que tanto marcó a su protagonista, Bela Lugosi como para dejar escrito en su testamento que quería ser incinerado vestido como el Conde con los caninos más afilados de la historia.
Y claro, si nombramos a Drácula, no podíamos pasar por alto a Frankenstein. Fue James Whale, el otro gran nombre de esta época, quien con un estilo muy influenciado por el teatro y la pintura, cogió en 1933 un cerebro y se lo trasplantó a un hombre con tornillos en el cuello.
En los años 40, la Universal dice que eso de pasar miedo no mola y le cuelga al cine de terror la etiqueta de películas de clase B, lo que significa bajar su aportación al mismo. Se producen algunos títulos de interés como Black Friday (Arthur Lubin, 1940) o El hombre-lobo (George Woggner, 1941).
En este periodo de transición en el que el género pierde la fuerte personalidad de la época anterior, se inicia la unión del cine de terror con el suspense, con ejemplos como Jack el destripador (Brahm, 1944).
Pese a todo esto, destaca un gran autor en esta época: Jacques Tourneur. Otorgó a este tipo de cine de elegancia y fascinación, además de hacer gala de la capacidad de inquietar a través de las imágenes. Destacan entre su filmografía algunas películas como La mujer pantera (1942) o Yo anduve con un zombie (1943) donde crea una atmósfera característica y la frontera entre el mundo de los vivos y los muertos desaparece.
Los años 50 comienzan de capa caída: el eco de los grandes autores pasados se ha desvanecido y aún no ha llegado un relevo. Se realizan algunas películas más próximas al género de ciencia ficción que al terror hasta que llega una productora audaz y que renueva de forma profunda y brillante el género con títulos como El experimento del Doctor Quatermass (Val Guest, 1955), y los remakes de éxitos de Terence Fisher como Drácula (1958) o La momia (1959). Hablamos de La Hammer.
Fue así, con unos cuantos chispazos de brillo como el género de terror llegó a los 60, años en los que se producirán obras maestras y de los que se partirá hasta evolucionar en nuevas temáticas y formas de plasmar éstas en la pantalla. Como siempre agradecemos todo lo aprendido en las clases de Historia y Géneros Cinematográficos de la Universidad Complutense que elevaron nuestro amor por el Séptimo Arte a otro nivel. Más en "Susto o Muerte II".