Miércoles, 30 Diciembre 2015 09:01

Susto o muerte II

Tras la irrupción del cine de terror, fueron muchos los autores como ya vimos en la entrega anterior, que asentaron los pilares del género hasta llegar los años en los que más evolucionaría y de los que más títulos nos vienen a la cabeza cuando pensamos en pasar miedo viendo una película.

En la década de los 60 triunfó la escuela italiana con películas como Terror en el espacio (Mario Bava, 1965), la cual provocó que a Ridley Scott se le encendiera la bombilla y comenzara a idear Alien. Y antes de llegar a unos años 70 cargados de grandes producciones (cling, cling, caja), las pantallas se iluminan con obras maestras que llegan de la mano de Alfred Hitchcock (Psicosis -1960-, o Los pájaros -1963- ) o de Roman Polanski (La semilla del diablo –1968- ), y que se convierten en éxitos mundiales y serán los prolegómenos de otras grandes como Tiburón (Spielberg, 1975) o El exorcista  (Friedkin, 1973).

Estos son también años importantes para el sobresalto patrio. Destaca el gran maestro del terror psicológico, Narciso Ibáñez Serrador, que se dedicó a acongojar (por no decir otra cosa) a la población española con sus Historias para no dormir desde 1964 a 1982 y dirigió La Residencia (1969) y ¿Quién pude matar a un niño? (1976).

TERRORresi

En estos años el cine de terror comienza a despertar en el público el morboso interés por asesinatos en serie, sectas satánicas o posesiones y la violencia se agudiza. Aparecen esos títulos que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en pelis de miedo tales como La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1974) o La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974).

También comienza a explotarse en estos años la figura más terrorífica de todas cuando se une al comportamiento demoníaco: la del niño. Porque, ¿quién no ha conocido alguna vez a un niño que está poseído o al menos, parece estarlo? Quien recuerde la sonrisilla final del chiquillo de La Profecía (Richard Donner, 1976), nos dará la razón. Y sólo hacen falta dos palabras para cerrar este tema y acabar con los escalofríos que produce: El Exorcista (William Friedkin, 1973)

¿Y qué ha pasado en los últimos tiempos? La aparición de más superproducciones, además de festivales exclusivos como Sitges o Avoriaz, hace que los 80 y los 90 vuelvan a convertirse en una edad de oro para el cine de terror. La producción de estos años se encuentra en torno a temas y motivos fácilmente identificables.

Además de la amplia producción hollywoodiense destaca la producción de Hong-Kong en lo que a cine de extrema violencia y sangre se refiere. Destacan títulos como Viernes 13 (Sean S. Cunnighan, 1980), Cumpleaños mortal (J. Lee Thompson 1981) o Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984).

En terror psicológico también se producen obras maestras en las que el protagonista es el asesino, las historias de psicópatas muestran el interior del personaje, produciéndose introspecciones en el villano. Y es que pocas cosas provocan más miedo que ver un interior oscuro. Destacan El resplandor (Stanley Kubrick, 1980)  y El silencio de los corderos (Jonathan Benme, 1990)

Mención aparte merece Stephen King, el autor de numerosos títulos del género en su vertiente literaria, y cuyas obras han propiciado un gran número de adaptaciones además de El resplandor: Salem’s Lot (Tobe Hooper, 1979), Carrie (Brian de Palma, 1976) o Los chicos del maíz (Fritz Kiersch, 1984).

TERRORCarrie

Más recientemente, el terror oriental ha dejado títulos importantes como Ringu (Hideo Nakata, 1998), la película original que inspiró la archifamosa The Ring (Gore Verbinski, 2002). En España hemos disfrutado de la saga Rec de Jaume Balagueró, que comenzó en 2007, año también de Los Cronocrímenes de Nacho Vigalondo, recuperando este género que había sido un tanto abandonado por la producción nacional.

Si bien es cierto, el cine de terror tiene cuerda para largo. Aunque la línea entre dar miedo y dar risa es más fina de lo que pudiera parecer, ahí reside la gran responsabilidad de este género. Despertar los pensamientos colectivos más espeluznantes, avivarlos de la mano de personajes icónicos y atmósferas opresivas y convertir la experiencia del horror en un placer exquisito es una habilidad que pocos tienen y de la que, reconozcámoslo, sólo unos elegidos son capaces de disfrutar. Y para los que aún son reticentes, sólo un consejo: mirad debajo de la cama, meteos debajo de la manta y recordad, es sólo una película.

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”

 (Lovecraft, 1989).

Tras la irrupción del cine de terror, fueron muchos los autores como ya vimos en la entrega anterior, que asentaron los pilares del género hasta llegar los años en los que más evolucionaría y de los que más títulos nos vienen a la cabeza cuando pensamos en pasar miedo viendo una película.

En la década de los 60 triunfó la escuela italiana con películas como Terror en el espacio (Mario Bava, 1965), la cual provocó que a Riddley Scott se le encendiera la bombilla y comenzara a idear Alien. Y antes de llegar a unos años 70 cargados de grandes producciones (cling, cling, caja), las pantallas se iluminan con obras maestras que llegan de la mano de Alfred Hitchcock (Psicosis -1960-, o Los pájaros -1963- ) o de Roman Polanski (La semilla del diablo –1968- ), y que se convierten en éxitos mundiales y serán los prolegómenos de otras grandes como Tiburón (Spielberg, 1975) o El exorcista  (Friedkin, 1973).

Estos son también años importantes para el sobresalto patrio. Destaca el gran maestro del terror psicológico, Narciso Ibáñez Serrador, que se dedicó a acongojar (por no decir otra cosa) a la población española con sus Historias para no dormir desde 1964 a 1982 y dirigió La Residencia (1969) y ¿Quién pude matar a un niño? (1976).

 

IMAGEN LA RESIDENCIA